El resultado final, seguro que no era lo que esperaban exactamente muchos de los espectadores. Mandy presenta a Red (Cage), un leñador que vive alejado del mundo junto al amor de su vida, Mandy. Un día, mientras da un paseo abstraída, Mandy se cruza sin saberlo con el líder de una secta que desarrolla una obsesión por ella. Decidido a poseerla a cualquier precio, él y su grupo de secuaces invocan a una banda de motoristas venidos del infierno que la raptan, y en el proceso, hacen añicos la vida de Red. Decidido a vengarse y equipado con toda clase de artilugios, pone en marcha una matanza que deja cuerpos, sangre y vísceras allá por donde pasa.
El film está dirigido de manera muy personal por Panos Cosmatos, quien te introduce en una experiencia visual única y original que espantará o se adorará a partes iguales. Un estilo visual surrealista, un viaje lisérgico donde predominan ambientes con filtros rojos muy marcados y una sempiterna banda sonora a ritmo de una estruendosa guitarra eléctrica
compuesta por el tristemente fallecido Jóhann Jóhannsson.
La obra se compone de dos partes muy diferenciadas. Una primera hora hipnótica, densa y lenta, situada mayoritariamente en una cabaña, donde Cage y su compañera son asaltados por la secta de tarados cristianos, ya que el líder de ésta, como he avanzado, dice sentirse maravillado y deslumbrado por la mujer del gran Nicolas.
Una primera mitad que cabalga entre la fascinación y el hastío con un tempo inesperado para el que se esperaba una fiesta gore con Cage masacrando villanos desde el minuto 1. En la segunda hora vemos la tan deseada venganza, donde los “Jesus Freaks” son masacrados. Es destacable la desagradable presencia de una especie de cenobitas motoristas del infierno que harán pasar un mal rato a nuestro anti-héroe.
Nicolas Cage sigue dándolo todo a nivel interpretativo, a pesar de encadenar bastantes films de muy dudosa calidad, y ofrece una interpretación intensa y pasada de vueltas (la escena del lavabo es gloriosa en ese sentido, con una botella de vodka siendo bebida como si fuera agua).
Mandy es irregular pero fascinante en su forma y estilo visual; logra trasladarte a un mundo tenebroso y al infierno de una forma literal gracias al poder de sus imágenes y la maquiavélica e inolvidable banda sonora, que funciona como una invocación al mismísimo demonio.
El resultado es curioso, hipnótico y cansino a partes iguales. La historia está mil veces vista y se antoja repetitiva, pero es en el poder de sus imágenes donde Mandy merece una oportunidad. Recomendable.
El resultado es curioso, hipnótico y cansino a partes iguales. La historia está mil veces vista y se antoja repetitiva, pero es en el poder de sus imágenes donde Mandy merece una oportunidad. Recomendable.
Las críticas previas anunciaban “el film que ha hecho renacer el cine de terror argentino”, entre otras lindezas. No puedo estar más en desacuerdo con esta muestra más bien justita de cine fantasmagórico, con muchos tics a Expediente Warren, el Japan Horror y la comedia argentina más descafeinada.
Aterrados (2017) presentaba todos los elementos para salir airoso: un prólogo espeluznante y efectivo, una buena ambientación con todo un vecindario siendo aterrorizado por presencias y maldiciones fantasmales y unos para-psicólogos que intentan detener la amenaza espectral.
Su punto fuerte (que el film entre en materia desde el minuto 1) es a la vez su punto débil, ya que nos encontramos con una película forzada, que no dedica tiempo a calentar a la audiencia, ni prepara un ambiente de terror incómodo, ni crea unos personajes mínimamente bien construidos. Todo parece artificial, desde esos para-psicólogos de postín que no se los cree nadie y claramente deudores de la ola Expediente Warren, hasta esos golpes de humor a la argentina que no paran de sacarte de la cinta (el momento cadáver del niño en la cocina es totalmente risible).
A su favor he de decir que Aterrados funciona como una montaña rusa de emociones y golpes de efecto constantes, un tren de la bruja de apenas 85 minutos con criaturas extrañas, fantasmas, sustos y sangre. Consigue varios momentos truculentos como el mencionado prólogo, las visitas nocturnas del extraño ente al vecino, o su descontrolada y efectiva recta final.
Aterrados (2017) presentaba todos los elementos para salir airoso: un prólogo espeluznante y efectivo, una buena ambientación con todo un vecindario siendo aterrorizado por presencias y maldiciones fantasmales y unos para-psicólogos que intentan detener la amenaza espectral.
Su punto fuerte (que el film entre en materia desde el minuto 1) es a la vez su punto débil, ya que nos encontramos con una película forzada, que no dedica tiempo a calentar a la audiencia, ni prepara un ambiente de terror incómodo, ni crea unos personajes mínimamente bien construidos. Todo parece artificial, desde esos para-psicólogos de postín que no se los cree nadie y claramente deudores de la ola Expediente Warren, hasta esos golpes de humor a la argentina que no paran de sacarte de la cinta (el momento cadáver del niño en la cocina es totalmente risible).
A su favor he de decir que Aterrados funciona como una montaña rusa de emociones y golpes de efecto constantes, un tren de la bruja de apenas 85 minutos con criaturas extrañas, fantasmas, sustos y sangre. Consigue varios momentos truculentos como el mencionado prólogo, las visitas nocturnas del extraño ente al vecino, o su descontrolada y efectiva recta final.
Pero Aterrados no cambia ni la historia del género de su país ni la de ningún lado, siendo una obra pasable y divertida pero falseada y “sin sangre en las venas".
Su director, Demián Rugna, ya lo dijo en la presentación pre-film: “Llevaba 9 años con esta historia bajo el brazo y nadie la quería, hasta que cuando por fin me la ofrecieron hacer, la realicé sin ganas”. Pues se ha notado.
The outlaws (2017) ha sido una de las sorpresas coreanas del año, gracias a una trama que combina el
sobado y repetitivo thriller coreano, con el policíaco, aderezado con grandes dosis de humor. Un film sin pretensiones cuyo único objetivo es hacer pasar un buen rato al espectador.
En la película, Jang Chen llega de China y trabaja como prestamista en una sórdida zona de Chinatown en Seúl. Mientras tanto, Ma Suk-Do es un detective en dicha área. Él trata de mantener la paz, mientras que dos pandillas chino-coreanas luchan por el poder.
La factura técnica del film es impecable y una dirección de ritmo imparable donde no se rechaza ofrecer algún momento truculento marca de la casa. Pero el alma del film no es otro que Ma Dong Seok, actor que había aparecido en innumerables films como secundario pero que tras su carismática participación en la adrenalínica Train to Busan (2016) el hombre se encuentra en un momento dulce en su carrera y no es para menos aunque se esté convirtiendo en el Bud Spencer coreano. Su personaje, el del teniente de policía de dudosos métodos, cascarrabias y que a la mínima reparte cachetadas a los delincuentes se antoja divertidísimo. Una interpretación que hace que un film a priori de tono ya muy visto haga que suba el nivel hacia un producto notable y digno de verse.
The outlaws es una cinta muy destacable y entretenida, de ritmo endiablado y con ajustadas y acertadas dosis de humor, diversión y drama (que también tiene que haber en un producto coreano).
The outlaws (2017) ha sido una de las sorpresas coreanas del año, gracias a una trama que combina el
sobado y repetitivo thriller coreano, con el policíaco, aderezado con grandes dosis de humor. Un film sin pretensiones cuyo único objetivo es hacer pasar un buen rato al espectador.
En la película, Jang Chen llega de China y trabaja como prestamista en una sórdida zona de Chinatown en Seúl. Mientras tanto, Ma Suk-Do es un detective en dicha área. Él trata de mantener la paz, mientras que dos pandillas chino-coreanas luchan por el poder.
La factura técnica del film es impecable y una dirección de ritmo imparable donde no se rechaza ofrecer algún momento truculento marca de la casa. Pero el alma del film no es otro que Ma Dong Seok, actor que había aparecido en innumerables films como secundario pero que tras su carismática participación en la adrenalínica Train to Busan (2016) el hombre se encuentra en un momento dulce en su carrera y no es para menos aunque se esté convirtiendo en el Bud Spencer coreano. Su personaje, el del teniente de policía de dudosos métodos, cascarrabias y que a la mínima reparte cachetadas a los delincuentes se antoja divertidísimo. Una interpretación que hace que un film a priori de tono ya muy visto haga que suba el nivel hacia un producto notable y digno de verse.
The outlaws es una cinta muy destacable y entretenida, de ritmo endiablado y con ajustadas y acertadas dosis de humor, diversión y drama (que también tiene que haber en un producto coreano).
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