CRÍTICAS PELÍCULAS

martes, 14 de abril de 2020

EL IMPERIO DEL SEXO (1972)

Para quien suscribe estas palabras, el Pinku-Eiga es uno de los géneros más fascinantes del cine japonés. Su imprevisibilidad, locura erótica y perversión hizo las delicias del país nipón en los años 60, 70 y 80. Un género que se fue caldeando poco a poco desde sus primeros escarceos pseudo-eróticos a finales de los 50, los basukon eiga (films de educación sexual) o el cine independiente alternativo de gente como Koji Wakamatsu y Masao Adachi empeñados en envolver al sexo y por tanto a la figura de la mujer de simbolismos políticos y sociales respecto a la alborotada situación social que vivía Japón en los 60. Cuando el pinku llegó al mainstream y a los grandes estudios, una de las vertientes del género que pronto destacó y que luego lo explotaría la Nikkatsu a las mil maravillas con su interminable serie de roman-pornos fue llevar el erotismo al terreno de la comedia más loca.
Uno de los nombres más destacables del género fue Norifumi Suzuki, quien dirigió joyitas en los años 60 y 70 del calibre de Sex and Fury (1973), Convent of the Sacred Beast (1974) o la genial Beautiful Girl Hunter (1979). El film que nos ocupa hoy, El imperio del sexo (1972), obtuvo un potente éxito y tuvo cierto recorrido internacional al introducir en su reparto a la estrella del cine erótico francés Audrey Cruise.
En El imperio del sexo (1972) o Tokugawa Sex Ban: Lustful Lord, cómo se la conoció, cuenta la historia de un lujurioso shogun, padre de una cincuentena de hijos/as y que dedica su tiempo a repartirlos por los diferentes reinos para casarlos con los reyes o princesas de las diferentes localidades.
Su hija número 34, Kiyohime, es enviada para casarse con Ogura, el señor del clan Kyushu. Desgraciadamente Ogura no solamente es virgen sino que siente repulsión hacia las mujeres. Todo cambiará cuando es sometido a un entrenamiento donde conocerá a la francesa Sandra. Ogura quedará fascinado por las capacidades sexuales de la gabacha.
El imperio del sexo (1972) es una buena muestra de ese Pinku eiga que más disfruto. Alegre, cómico, exagerado e imprevisible. El film en ese sentido nos regala perlas delirantes constantemente, destacando el momento en el que Ogura, encolerizado porque no le dejan tener una amante a la vez de una esposa ordena un decreto prohibiendo las relaciones sexuales de todo el poblado. El film se hace bien entretenido y ligero a través de sus agradables 89 minutos. Destaca el apartado visual del film así como algunas de sus diversas soluciones visuales y atrevidos movimientos de cámara. El film estuvo producida por la Toei, y el dinero se nota en su producción. La historia, ambientada en el periodo Edo (uno de los periodos históricos favoritos para el erotismo japonés) tiene cierta influencia de los films de Teruo Ishii como El placer de la tortura (1968) o Orgies of Edo (1969) donde se mezclaba el erotismo con las torturas más estrafalarias ambientadas en el periodo de Edo. El imperio del sexo (1972), siguiendo esta influencia, contiene algún que otro momento sangriento inesperado y una muerte final que nos recuerda a la iconografía de Ishii.
Ogura del clan Kyushu debe contraer matrimonio con la princesa Kiyohime

Pero en la noche de bodas él no está por la faena.

Recibirá un duro entrenamiento donde conocerá las bondades francesas de Sandra

La princesa, mientras tanto, va aprendiendo lo suyo.

El decreto que prohíbe las relaciones sexuales tiene sus consecuencias.

Finalmente, la princesa logrará liberarse sexualmente y disfrutar del placer.

Con el agua al cuello
Como indico, el film tuvo cierto éxito, no solamente a nivel local sino además internacionalmente al incluir en su reparto a la francesa Audrey Cruise quien había participado anteriormente en cine erótico francés. Cruise comparte plano con una de las estrellas del cine pinku de la época como Miki Sugimoto (Girl Boss Blues: Queen Bee's Counterattack (1971) o Girl Boss Guerilla (1972)), por lo que el film se promocionó intensamente como la reunión entre "la reina del cine erótico blanco" y la "reina del amarillo". Norifumi Suzuki repetiría la jugada en Sex and Fury (1973) al introducir a su reparto a otro nombre occidental como Cristina Lindberg, más apreciada por un servidor.

Así, El imperio del sexo (1972) es una buena muestra de Pinku-Eiga, llena de un humor delirante y exagerado con maestros del amor, sexo interracial, técnicas imposibles o hara kiris como castigo a la procreación y que parece cachondearse de todo: la virilidad masculina ¡hasta de la religión cristiana!, quedando un producto picantón y muy entretenido que hará las delicias de los fans del género.

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