CRÍTICAS PELÍCULAS

martes, 8 de diciembre de 2020

RODAN, LOS HIJOS DEL VOLCÁN (1956)


Gracias a Japón bajo el terror del monstruo (1954), el cine de monstruos gigantes japoneses (el Kaiju-Eiga) había nacido. Las siguientes películas del género iban a ser variaciones de la misma fórmula intentando igualar el éxito de la primera entrega de Godzilla manteniendo cierta solemnidad muy presente en estos primeros años del género. Un tono derivado del trauma atómico presente entre la población japonesa de la época. Se consolidó un equipo de trabajo que había funcionado y funcionará en el género a las mil maravillas, compuesto por Ishiro Honda en la dirección, el maestro de los efectos especiales Eiji Tsuburaya, Akira Ifukube en la banda sonora y al productor Tomoyuki Tanaka moviendo los hilos detrás de todo proyecto.

Después del primer Godzilla, Ishiro Honda dirigió Half Human (1955), una curiosa versión del abominable hombre de las nieves. Film dificilísimo de encontrar debido a que estuvo prohibido durante décadas en Japón por su supuesto tono racista contra una pequeña comunidad japonesa indígena llamada Ainu. Un año después, llegó el film que nos ocupa: Radon (1956). Titulado en su estreno americano como Rodan y en España como Los hijos del volcán. Esta vez, el monstruo volaba y ahora en color. 

La historia sigue a una comunidad de mineros que se tienen que enfrentar a unos misteriosos insectos gigantes que están causando el terror en el pueblo sin sospechar que en el interior de la mina, se esconde un peligro aún mayor, los huevos de un ave gigante prehistórica.

Honda
se aleja del entorno urbano y moderno del primer Godzilla para retratar a uno de esos pequeños pueblos perdidos en medio de Japón, donde parece que aún no hayan llegado las nuevas tecnologías. En este sentido, la representación del modo de vida minero está muy bien conseguida y es plasmada con realismo. El sorprendente primer tercio del film aporta elementos propios del cine de terror donde claramente se ven ciertas influencias del fantástico americano de la época como Them! La humanidad en peligro (1954) en la representación de esas criaturas insectoides, los Meganurones y que tienen una presentación sorprendente (por inesperado) en la casa de la pareja protagonista del film. El diseño de dichos insectos gigantes está conseguido (realizados a escala real) y a opinión personal, supera, a nivel técnico, a las hormigas de Them!

Si nos adentramos en la calidad de los efectos especiales, estos resultan mayormente impecables desde la claustrofobia presente en las minas de carbón con los Meganurones asediando a los trabajadores, el maravilloso momento del nacimiento de Rodan, la enorme sombra del monstruo pasando por encima de una pareja en el volcán o las escenas de destrucción en la ciudad de Sasebo las cuales resultan uno de los mejores trabajos de toda la carrera de Tsuburaya por su nivel de detallismo y sensación de caos. De hecho, para disimular los cables que sujetaban a los monstruos, el equipo del film se dedicó a borrarlos manualmente fotograma a fotograma en el montaje (aunque eso no quita que en alguna secuencia se vean claramente). Es notorio comentar que Toho asignó la mitad del presupuesto del film al departamento de efectos especiales.
Por desgracia, el acabado de algunos efectos empañan ciertas escenas como algunas de las sobreimpresiones o el clímax final cargado de poesía y tragedia pero acabando siendo algo confuso precisamente por las limitaciones técnicas (¿el monstruo se suicida al ver la muerte de su compañero?). Los hijos del volcán (1956) es el primer kaiju rodado en color, un aspecto cromático con el que Honda se obsesionaría en su carrera y se nota en el presente film con un uso visual de los escenarios (mayormente rodado en exteriores) excelente y evocador. 

Algo está acabando con los mineros de un poblado.

El causante son unos insectos gigantes.

Pero en la mina hay algo más.

Rodan es indestructible.

Foto de rodaje
El film presenta algunos de los mismos problemas presentes en muchos Kaiju como es el drama humano, siendo éste de poco interés lo que deriva en un ritmo algo irregular o escenas incomprensibles como esos interminables diez minutos de escenas de misiles impactando contra el volcán. Pese a lo referido, Los hijos del volcán (1956) es uno de los clásicos más destacados del género. Un film dotado de una atmósfera poética y cuasi bien triste, cargada de seriedad y que incide en la tragedia del propio monstruo siendo éste un animal cuya mayor desgracia es su enormidad. El personaje de Rodan volvería a la saga de Godzilla aunque como aliado del saurio y con cierto aire paródico. El monstruo nunca lucirá tan imponente como aquí. Los Meganurones volverán a aparecer con aires nuevos en la discreta Godzilla vs Megaguirus (2000) donde uno de ellos se enfrentará al saurio radiactivo.

Nakajima a punto de entrar en acción.
Como anécdota, Haruo Nakajima, el hombre bajo el disfraz de Godzilla y de Rodan en el film que nos ocupa sufrió un serio accidente en el rodaje de una de las secuencias. Cuando Rodan pasa por debajo del puente y se desploma en el agua, al parecer, dicha caída dejó casi inconsciente y al borde del ahogo al pobre Nakajima. Ser el monstruo en un kaiju-eiga era un trabajo de riesgo, sin duda.

Al igual que Godzilla, Los hijos del volcán sufrió un remontaje para su estreno americano. Escenas eliminadas por Ishiro Honda en el original japonés fueron añadidas después (la escena del nacimiento del segundo Rodan) o se eliminaron secuencias en la mina y con los Meganurones. En EEUU el monstruo pasó a llamarse Rodan ya que por la época era bastante famosa una sopa llamada Radon (el nombre original del monstruo, recordemos) y de haberse mantenido hubiera dado lugar a cachondeo.

Ishiro Honda, tras el estreno de Rodan diría sobre sus películas de monstruos gigantes: “Los monstruos nacen demasiado grandes, demasiado fuertes, demasiado pesados, ésa es su tragedia”. Dichas palabras evidencian su voluntad de dar a estos films una personalidad propia, más que presentar solamente a monstruos destrozando maquetas.

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